Reseña “La historia del despojo”
El libro La Historia del Despojo; el origen de la propiedad particular en el Wallmapu del historiador Martín Correa, editado por Ceibo Ediciones y Editorial Pehuén (julio, 2021), es una herramienta fundamental para entender y develar la historia del despojo del territorio mapuche, de la estigmatización, del cómo se pasó del concepto del ‘mapuche heroico que luchó contra los españoles’, al mapuche ‘flojo y borracho’ que no tiene derechos sobre las tierras que ocupaba. En estas páginas se recorre en detalle las regiones y zonas en que se produjo y se produce la usurpación sistemática de las tierras mapuche, amparada en ‘un manto legal’, describiendo uno a uno los mecanismos utilizados para llevar a cabo dicho despojo. El objetivo de este trabajo es poner esta información, ricamente documentada, en conocimiento no sólo de los especialistas en la materia, sino también del conjunto de la sociedad, mapuche y chilena, en forma didáctica, pero no por ello menos contundente.
Se presentan aquí archivos de los diversos Conservadores de Bienes Raíces donde se inscribieron los títulos de dominio de las propiedades que se crearon en el territorio mapuche; aquellos que se encuentran en el Archivo General de Asuntos Indígenas; las Memorias del Ministerio de Guerra, de Colonización y de Tierras; y, sobre todo, a las propias comunidades mapuche, las que ya desde hace un buen tiempo han venido denunciando el despojo del que fueron objeto, denunciando que “los mapuche no son pobres, sino que fueron empobrecidos”, y planteando reivindicaciones que se remontan al proceso de Ocupación Militar de Wallmapu, a la eufemísticamente llamada “Pacificación de la Araucanía”, a la llegada de los colonos y particulares al territorio mapuche, a los años de la radicación/reducción, a la expulsión forzada de los antiguos habitantes, procesos y momentos históricos que forman parte fundamental de la memoria comunitaria y que se vinculan necesariamente con sus reivindicaciones actuales.
Desde el fin de la dictadura el tema de la ‘deuda histórica’ de la sociedad chilena con los pueblos originarios, en general, y con el pueblo mapuche, en particular, es un asunto recurrente en la prensa, en las conversaciones que se desarrollan en la intimidad de los hogares, en los claustros universitarios, en los discursos políticos. Las diferentes propuestas que los candidatos presidenciales presentan cada cuatro años dedican páginas y páginas a diagnósticos sobre la demanda territorial del pueblo mapuche y cómo ésta debe enfrentarse, para concluir, invariablemente prometiendo el reconocimiento constitucional de los pueblos indígenas. Luego, y en la medida que avanzan los sucesivos gobiernos sin que cumplan dichas promesas, se convoca a ‘mesas de diálogo’ y a ‘comités de expertos’ que coinciden en la necesidad de develar las causas de ‘la deuda histórica’ que tiene la sociedad chilena con los pueblos originarios; se reconoce la pérdida de parte de las tierras reduccionales; y se concluye que la raíz del ‘conflicto mapuche’ empieza y termina en los altos niveles de pobreza y en el atraso que tiene la Región de la Araucanía respecto del resto del país, hasta que sobreviene una nueva elección, y vuelta a lo mismo.
El pueblo mapuche cumple con todos y cada uno de los requisitos con que la UNESCO reconoce la calidad de ‘pueblo’. Sin embargo, en La Moneda y el Parlamento se ha sostenido de modo permanente, y bajo todo signo, que en Chile hay ‘un solo pueblo, el pueblo chileno’, haciendo caso omiso a los compromisos internacionales suscritos por el Estado de Chile. Esta negativa se sostiene en los argumentos portalianos que definen al nuestro como un ‘Estado unitario’. De diversidad cultural, ni hablar; de libre determinación y de autonomía, mucho menos.
El derecho al reconocimiento que le asiste al pueblo mapuche para decidir e incidir sobre su territorio, aquel espacio que heredaron de sus ancestros y que constituye la base de su identidad, está en la base de esta negación. De acuerdo con la Declaración de Derechos de los Pueblos Indígenas de la Asamblea General de las Naciones Unidas, de la cual el Estado chileno es parte, “los pueblos indígenas tienen derecho a las tierras, territorios y recursos que tradicionalmente han poseído, ocupado o utilizado o adquirido”, y es obligación de los Estados reconocer y adjudicar los derechos de los pueblos indígenas en relación con sus tierras, territorios y recursos, comprendidos aquellos que tradicionalmente han poseído u ocupado o utilizado.
–
¿Cuáles son las tierras que las comunidades mapuche ‘tradicionalmente han poseído u ocupado’ ? A diferencia de lo planteado en las legislaciones internacionales, el Estado chileno insiste en decir que las tierras mapuche son sólo aquellas reconocidas por el propio Estado, el mismo que en su momento las redujo.
Se reconoce que una proporción importante de las tierras que formaban parte de los Títulos de Merced se encuentran en manos de propietarios particulares ajenos a las comunidades, o bien de empresas forestales, y que, por lo tanto, ‘la solución a la demanda territorial mapuche -y con ello a un conflicto en el que no se avizora solución- estaría al alcance de la mano’: bastaría con reconstituir los Títulos de Merced que datan de 1884 a 1929, los años inmediatamente posteriores a la Ocupación Militar de la Araucanía, luego de realizar un catastro que dé luces respecto de cuáles son las tierras faltantes.
Sin embargo, las organizaciones y comunidades mapuche demandan el derecho al reconocimiento del ‘territorio ancestral’, de las ‘tierras antiguas’
Lo cierto es que en la sociedad chilena existe un profundo desconocimiento acerca del fondo de la problemática territorial, pues no forma parte de los currículos educacionales, en los que se opta ensalzan los actos heroicos de Lautaro y Caupolicán frente a los españoles, pero se silencian las persecuciones y matanzas del Ejército de Ocupación de la Araucanía; los engañosos mecanismos que se utilizaron para constituir la gran propiedad agraria privada en el territorio mapuche; la complicidad con que actuaron notarios y funcionarios públicos que actuaron coludidos con quienes se hicieron del territorio ancestral; la violencia ejercida sobre los mapuche una vez que los particulares decidieran ocupar materialmente las tierras que los mapuches se negaban a dejar.
Todo aquello no forma parte de la historia, es una expresión de la ‘vergüenza’ de Chile de la historia sucia, negada.