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Reseña “Cómo defraudar 27.000 millones de dólares…”

Preguntas, Sospechas, y el origen de El Mito.

La inmensa fortuna de Federico Santa María Carrera (estimada en 27.000 millones de dólares actuales), por deseo de aquel benefactor, debía financiar la fundación y desarrollo de una institución de educación profesional sin precedentes en Chile. Para hacer realidad su propósito y garantizar su continuidad, Santa María nombró a Agustín Edwards Mac-Clure como albacea principal, al mando de la Fundación Federico Santa María, pues, como se señaló en el testamento, es el deber de las clases pudientes contribuir al desarrollo intelectual del proletariado. Una gran fortuna es una gran obligación. Y, sin dudas, Edwards Mac-Clure sabía de grandes fortunas. En aquella época, la elección de dicho albacea pareció prudente, por cuanto Edwards era el jefe de la familia más opulenta y poderosa de Chile. Parecía obvio que un hombre tan rico no tendría interés alguno en hacer uso de tamaña fortuna de modo personal y que, por su experiencia en finanzas y su éxito comercial, sabría administrar y salvaguardar la integridad de la herencia.

Fue a dicha casa de estudios a la que arribé, gracias a una beca, hace ya casi ocho décadas, en marzo de 1942. A los pocos días de mi ingreso a la UTFSM, siendo por entonces un joven de 17 años de edad, me sorprendió el régimen de economía que prevalecía en la Universidad. Se ahorraba incluso en lo más básico. En una rutina cotidiana, el rector de la época, Francisco Cereceda Cisternas, abría su oficina por una hora cada día para firmar de su puño y letra los vales que alumnos y profesores requeríamos para obtener diversos artículos de la enorme bodega de la institución: cuadernos, lápices y libros, calcetines, camisas, y los clásicos trajes grises que los internos vestíamos a modo de uniforme. Cereceda llevaba estricto detalle de los vales utilizados por cada persona, para evitar “despilfarros”. El corrillo que circulaba en los pasillos y aulas sostenía que la inmensa fortuna legada por Federico Santa María se agotaba paulatinamente producto de supuestas malas inversiones en propiedades que llevaban a cabo los administradores del patrimonio. Esto, a pesar de que se comentaba que tanto la edificación, como las inversiones inmobiliarias, habían sido financiadas mediante los intereses del capital inicial. Algunos alumnos nos preguntábamos por qué una autoridad de la investidura del rector se veía obligada a malgastar su tiempo en ahorrar unos pocos pesos. ¿Acaso las obligaciones financieras no radicaban en los albaceas? ¿Cómo era que la Universidad estaba perdiendo la fortuna legada por su fundador, si esta había quedado en custodia de la familia Edwards, una de las más ricas del país? No nos cuadraba, máxime cuando resultaba evidente que dicho clan no perdía su riqueza propia y que, por el contrario, ésta aumentaba de modo sostenido. Se fortalecía así la sospecha acerca de posibles oscuras prácticas financieras de los albaceas, destinadas a esquilmar o a defraudar el legado de Federico Santa María.

Para apreciar la magnitud del fraude, debe considerarse que la herencia de Santa María, en 1939, era equivalente al 3,6 por ciento del Producto Interno Bruto de Chile, y comparable con el patrimonio de universidades acaudaladas en los EE.UU. Las preguntas y las sospechas se mantuvieron durante décadas. Curiosamente, todos concebíamos únicamente la posibilidad de que los Edwards se hubiesen apoderado legalmente de la herencia mediante algún mecanismo lícito, pero nunca dudamos que la herencia se había perdido. Algunos pensábamos que se habrían apropiado de las acciones de la Universidad mediante maniobras en la Bolsa de Valores. Otros -quizás menos sofisticados- simplemente sostenían que los Edwards se habían “echado la plata al bolsillo”. De lo que estábamos todos seguros, sin embargo, era que la fortuna legada por Federico Santa María se había extinguido. Así, sin darnos cuenta, nos hicimos parte y alimentamos lo que en esta investigación denomino El Mito. Incluso el autor de la más osada novela policial se vería en aprietos para hacer verosímil que una fortuna de 27.000 millones de dólares pudiera ser defraudada ante la vista pública, y que el hecho se mantuviera oculto durante nueve décadas. Lo que resulta evidente, es que el nombramiento de Edwards MacClure como albacea de la herencia del filántropo, fue literalmente un ruinoso desacierto para los objetivos de Federico Santa María. Y esto, no solo por la envergadura del fraude, sino sobre todo porque significó que Chile se perdiera la oportunidad única de contar con una Universidad de excelencia, dedicada a la educación de los más pobres de este país. 

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